domingo, 14 de diciembre de 2008

EL LUGAR Y EL HABITAR

EL LUGAR Y EL HABITAR
Desde la Poética del Espacio de Gastón Bachelard

Entender el lugar y el habitar desde la óptica de Gastón Bachelard en su obra la Poética del espacio, es aproximarse fenomenológicamente a estados prohibidos por el dogma.

El lugar y el habitar se mezclan en una serie de imágenes poéticas que se amalgaman, que se fusionan y contradicen, transformándose en un juego dialéctico y elocuente de sentimientos y fantasías, que no pueden ser experimentados en la arquitectura tradicional y aun menos en la arquitectura académica de la forma la función y la estructura, o como diría Vitrubio de lo Bello, lo Útil y lo Firme.

En el lugar se conforman espacios con valores reales del habitar, un refugio natural que transforma la misma naturaleza y por ende, el paisaje, y que en nuestro lenguaje hemos llamado ramada, caverna, casa, o patio, calle, barrio, etc., sembrando “recuerdos y olvidos” que comprometen el sentimiento.

Desde esta perspectiva dialéctica, entre el espacio interior y el exterior o, en lo de dentro y lo de fuera, citando a Bachelard, se encuentran gamas con límites graduales que no necesariamente se contradicen y que transforman la calidad del espacio.

Bachelard, a través de la imagen de la concha nos involucra en una serie de visiones de refugio, protección y defensa, presentes en nuestra memoria histórica y en la memoria del colectivo, haciendo de la imagen de la concha el lugar de nuestra seguridad y abrigo es decir nuestro hábitat.

La academia pretende dividir tajantemente el claustro del ágora, lo de adentro es lo cubierto, donde me guardo y me refugio, lo de afuera es lo descubierto, donde me aventuro. Desde la visión fenomenológica que se pretende plantear en este ensayo, lo cubierto y/o lo descubierto puede ser un “lugar” que me brinde protección y refugio, sin que medie entre el territorio y yo una cubierta, porque lo que me vincula a un espacio no son sus límite materiales, sino las vivencias y experiencias que me apegan o rechazan del lugar; esta suma de vivencias son las que transforman el lugar en hábitat.

Hablamos entonces, de lo de adentro y lo de afuera desde la experiencia personalísima, individual, que coincidiendo con otras individualidades conforman el colectivo quedando la sensación y la certeza que es adentro y afuera lo determina el pensamiento colectivo e histórico, y no los límites físicos impuestos por el material, la norma o la ley.

Aparece entonces un nuevo límite, en contraposición del límite formal impuesto y que lo supera, así en apariencia estos límites parezcan barreras geométricas poderosas.

Si se habla de exterior e interior debe haber un punto de encuentro que es posible llamar acceso. Es posible, además, que el acceso no tenga la rigidez de una puerta; de un paso limitante en donde termina el exterior para dar inicio al interior. Es posible que el acceso sea determinado por lugares intermedios y que el paso de interior a exterior se de por la experiencia de un recorrido.

La definición de lugar como mi hábitat interior donde se me ofrece refugio y seguridad, encuentra concordancia en la “Poética del espacio” en la imagen de la concha.

La concha, el nido, los rincones, o la casa, o mejor, “el lugar”, es el espacio de unidad psicológica, donde habitan recuerdos y olvidos. El lugar y la suma de lugares se transforman en el primer universo conocido y seguro. Las vivencias y experiencias que me hacen pertenecer al lugar funcionan como una chispa que detona la memoria, y lo convierte en morada.

El cajón, el cofre, y los armarios, imágenes poéticas de lo secreto, según Bachelard, y citando a Bergson, “… sirven para clasificar los conocimientos vividos”. Pero es posible que estos objetos se lancen por encima de su definición, operando desde ellos no solo el secreto como la reserva intima de lo soñado, sino como descubrimiento, como la apertura de un acto de creación original.

Existe ese elemento intangible que nos ata al lugar y que Bachelard lo afirma como una realidad vista desde lo invisible e inaudible, que supera los sentidos y se ancla en nuestra memoria a través de hábitos y costumbres, rutinas, creencias y tradiciones que se arraigan en nuestro interior con un “albergue de la grandeza”, como una “puerta estrecha que abre al mundo”.

En este sentido el habitar está dentro de este aspecto intangible, dejando la materialidad del objeto fuera del ámbito del hábitat, aunque se exprese a través de esta materialidad. Esta acción de habitar se da cuando por encima de toda materialidad el lugar se hace refugio.

En un “lugar habitado” se ven las marcas se quienes lo habitan; y si hilamos más delgado, es posible descubrir recuerdos, vivencias e imágenes de sus moradores, pudiendo al mejor estilo del realismo mágico de García Márquez o Juan Rulfo viajar de los recuerdos a las ilusiones y volver a los recuerdos sin importar la línea del tiempo, inclusive si se afina la vista se pueden ver los olvidos; así podemos afirmar con Bachelard "…la casa alberga el ensueño, la casa protege al soñador, la casa nos permite soñar en paz."; así el lugar que me guarda, que me alberga, se llena de vivencias, recuerdos, experiencias, sentimientos, ilusiones, pensamientos, y sueños que lo hacen propio, que lo hacen mi primer mundo.

Trascendiendo este sentir individual a un sentir colectivo, comunitario donde el lugar no me pertenece, sino es parte de una comunidad a la cual pertenezco, me apropio e identifico, el habitar se hace posible a través de interrelaciones personales y comunales que nos identifican, tales como mitos, creencias, ritos, costumbres, tradiciones que han pasado de generación en generación y se han establecido como un código de hecho, el cual todos asumimos y respetamos sin que medie autoridad u obligación y que se terminan materializando en objetos de arquitectura que identifican el lugar.

Bajo la anterior tesis, se demuestra que es lugar y el habitar los que establecen los criterios y determinantes de diseño que materialice un objeto de arquitectura que pertenezca y corresponda al querer y sentir del habitante, y no el objeto de arquitectura que se imponga por estilo o moda.

Las actividades del lugar deben realizarse en un espacio que resulta de la respuesta a los usos de la comunidad que lo habita, y es allí donde el arquitecto debe interpretar el sentir del habitante para que la materialización del hecho, corresponda al lugar.

Un hecho arquitectónico que intervenga el lugar debe partir del estudio del “fenómeno de la imagen” cuando esta nace de la idea pura, sin el límite de los determinantes objetivos de la praxis profesional, sino del fluir natural de la imagen desde la conciencia individual, libre de paradigmas, variable y sin rigidez constructivista; así, el hecho arquitectónico que se implante en el lugar será el resultante de la materialización de la idea pura que pertenece a su realidad y no un sustituto de lo imaginado, atado al querer de lo institucional.

La fenomenología de Bachelard, niega el saber formal, y afirma un saber desde la conciencia ingenua, para que la imagen resultante de la idea sea verdaderamente nuestra, y como un árbol nativo se enraíce en el colectivo y de la sensación fue creada por la comunidad o que siempre perteneció a ella.
Remata su obra Gastón Bachelard con su capítulo “La fenomenología de lo redondo”, partiendo de la idea pura de la redondez y descartando de plano cualquier indico geométrico o filosófico, que aplicada al lugar y al habitar disuelve todo límite que lo condicione o lo formalice y se hace entender como el espacio que puede reunir en libertad todo el bagaje del ser que lo habita y el colectivo que le da identidad.


Ensayo presentado en la cátedra de ARQUITECTURA CIUDAD Y CULTURA dentro de la Maestría ARQUITECTURA CUIDAD E IDENTIDAD de la UNIVERSIDAD NACIONAL EXPERIMENTAL DEL TÁCHIRA

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