domingo, 1 de agosto de 2010

EL PUENTE SIMÓN BOLIVAR


EL PUENTE SIÓN BOLIVAR
En honor al libertador y como casi todo en Venezuela, toma el nombre del padre de la patria. Construido inicialmente en 1926, sobre el rio Táchira, con un solo carril fue la primera materialización de la integración fronteriza, uniendo Cúcuta y Villa del Rosario del Norte de Santander con San Antonio y San Cristóbal del Estado Táchira.
Cuentan que pasaban primero los carros de un lado y luego los de otro; el ultimo llevaba un trapo rojo para avisar a los del otro lado que ya podían seguir. Con el puente que tenemos hoy y los trancones va tocar volver al método del trapo rojo (¿rojito?)


En los años 60 se construyó un nuevo puente de dos carriles, demoliendo el primero del que solo quedan las pilastras y un concierto. Esta nueva obra de ingeniería que comparte la frontera común tiene 315 m de largo, 2 carriles y 7.3 m de ancho, inaugurado el 24 de Febrero de 1962, y desde entonces permanece estático, inamovible, solo su forma cambió en el 62, pero él no.

Hombres y mujeres de frontera y sin frontera, sin distingo de raza, credo, clase social, o nivel intelectual pasan sobre él como si no existiera; como un no lugar, no existe para el que pasa pero es indispensable.


El puente no es la estructura física, empieza en la parada corregimiento colombiano del municipio de Villa del Rosario en la línea fronteriza con Venezuela, al rededor de los negocios locales, casi todos informales, donde toda la actividad comercial de bienes y servicios, se concentra a su alrededor, y termina justo en la alcabala de control de la guardia nacional en San Antonio. En esta tierra de nadie, donde no hay autoridad a pesar de tener un puesto de la Dirección de Impuestos y policía aduanera que cumple funciones decorativas y una oficina del Departamento Administrativo de Seguridad, ajeno al lugar y que solo sella entradas y salidas, la convivencia se da a través de un código de costumbres que se respeta con carácter religioso. Los actores del “no lugar” ostentan estudios otorgados por la Universidad de la vida, con postgrado en rebusque, cuyos títulos pintorescos y variados, identifican de manera coloquial su actividad comercial, los cuales trataremos de identificar.


Los maneros: instalados a la orilla de la vía, agitan al aire fajos de devaluados Bolívares ya no tan fuertes, buscando compradores olvidadizos que se quedaron “ponchados” con los pesos que no le servirán en el interior de Venezuela. Estos personajes adquieren su “mercancía” en casas de cambio ubicadas al interior de la parada a un precio y revenden con un punto más de diferencial cambiario o más si el “marrano” lo permite. Otros ya más curtidos en la labor, establecen puestos de cambio a orilla de la autopista, que consisten en un pequeño escritorio, una silla, una sombrilla y un aviso que dice “cambio profesional de divisas”, esta improvisada casa de cambio, tiene valor inmobiliario, ya que entre ellos se venden o arriendan “el puesto” de acuerdo a la oferta y la demanda.



Los pinpineros: comerciantes informales de gasolina de contrabando ubicados en las narices del puesto de control aduanero de la DIAN y la Policía, tienen a la venta del público en general gasolina pasada sin problema por el puesto de control aduanero previo pago del “Mosco”. Estos puestos informales de venta de gasolina, son apenas la punta de un iceberg que tiene gigantes depósitos en la parte de atrás contiguo a las oficinas del DAS, que son centros de acopio para los pinpineros que “trabajan” al interior de la ciudad, del departamento y el país. El precio de la gasolina, varia conforme a la oferta y la demanda, la cual depende también de la rigurosidad de los controles que ejerzan las autoridades venezolanas.


Los moto-taxistas: Motorizados asociados en empresas informales que se compiten entre sí, prestan el servicio de transporte de “pasajero” entre la parada y San Antonio, sirven de mensajería express a los que manejan los informales fronterizos y son la primera "linea de combate" en las protestas frente a las autoridades Venezolanas.









Los maleteros: Ubicados en San Antonio, a un lado del puesto fronterizo de la guardia nacional, transportan mercancías de contrabando a través de la trocha por el rio o por el puente, a pie o en bicicleta, desde San Antonio hacia la parada y viceversa. La mercancía es depositada en Ranchos construidos en las orillas del rio Táchira. Estos ranchos que tienen también valor inmobiliario se compran y se venden informalmente, de acuerdo a la oferta y la demanda a unos precios exorbitantes, consecuencia del beneficio económico que representa su tenencia.

Aparece una nueva “profesión” que consiste en atravesarse en la “cola” a detener el tráfico de vehículos que avanza lentamente por la autopista, para permitir el paso de los vehículos que se “cuelan” por los laterales de la misma, a cambio de una monedita.

Estamos ante la presencia de nuevos enlaces sociales, nuevas relaciones interpersonales y de negocios, nuevos conceptos de autoridad, legalidad y propiedad, todos por fuera del dogma y regulados dentro de una escala de valores propia, aunada al rechazo de la legalidad formal de los estados.



En el recorrido de Flâneur por este espacio urbano, no genera la ansiedad que debería contener un paso internacional, sino que pareciera que pertenece a un mismo lugar, a un espacio familiar, utilizado por actores varios que se han apropiado es él y de los que pasan desapercibidos y desapercibiendo. El ejercicio de deambular por el puente sin otro interés que el paseo ocioso, descubre experiencias al encontrarse con un mundo marcado por la informalidad, tan surrealista que se hace cotidiano y nos altera los valores de lo normal y lo legal, y nos enfrenta al afán de los usuarios, sean del lugar o pasajeros, para los cuales el puente se transforma en un obstáculo, una talanquera que se debe atravesar por obligación y que separa en dos la actividad, antes y después de pasar.


La línea fronteriza, solo existe en los planos que edita Bogotá y Caracas, el escudo que señala la frontera y el cambio de pasamanos pasa inadvertido por los que lo recorren a pie o en carro. El recorrido se hace tolerante, interesante y es atropellado por lo que quieren alcanzar la otra orilla para llegar rápido, el puente es un estorbo. Los de a pie, lo pasan por evitarse la espera en el trancón, porque, lo que tiene que hacer no justifica un transporte motorizado, porque debe pasar lo que compró y en carro se arriesga a que se lo quiten o le cobren matraca, porque tiene que sellar, porque tiene sus negocios aquí y allá.


Los que pasan en vehículos, tampoco les interesa; también es un estorbo un recorrido inoficioso y desapercibido, sin ninguna importancia, solo se debe pasar. Por el lado izquierdo, desde Venezuela hacia Colombia a unos doscientos metros sobre el rio Táchira, se ve la fila de maleteros, que como hormigas pasan la trocha llevando alimentos, materias primas y mercancías de un lado a otro. Al otro lado escuchamos todavía a Juanes, Bose, Sanz, Vives, Velazco, Guerra y Montaner, diciéndolo a Chávez que en la frontera no necesitamos “botellones”, necesitamos paz, o como dicen sus actores, “que dejen trabajar”; el monte invadió las pilastras y acalla poco a poco el eco del concierto.









El recorrido se impregna de un diálogo silencioso, de múltiples relaciones informales, contradictoras de la legalidad, pero aceptadas por la cotidianidad y la costumbre. El puente ya no es una obra de ingeniería vial, es por donde se pasa la vida, por donde transcurren los días rebuscando una oportunidad, el puente no es de nadie, no es cierto lo que dijo la academia, que la mitad es de Venezuela y la mitad de Colombia, el puente es del que lo pasa y del que no lo nota, no hay adentro, ni afuera, la línea es una mentira y el significado ya tiene otro significante.

Escrito presentado en la catedra de Estética, Ciudad y Arquitectura, de la Maestria Arquitectura, Ciudad e Identidad, de la Universidad Nacional Experimental del Táchira.























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